HOY ES UN DÍA TRISTE
2009©Fernando Luis Pérez Poza
Hoy es un día triste. Me han llegado noticias sobre la muerte en Honduras del maestro Roger Abrahán Vallejo Soriano, de 38 años de edad. Ha muerto vilmente asesinado por esa gente que a cambio de un salario prescinde de cualquier principio y se dedica a liquidar a los que deberían ser sus hermanos. Cumplen órdenes, es su disculpa, pero todos sabemos que eso no acallará la voz de su conciencia por muy escondida que la tengan. Siento pena por el maestro muerto, en la flor de la vida. Se nos ha ido alguien que podría haber desarrollado una gran labor en su país. Un maestro, con vocación de tal, puede generar un río cultural en su entorno de una magnitud incalculable.
Aquí, en España, durante la guerra civil, hicieron lo mismo las hordas de Franco. A unos los torturaban, a otros los mataban. A mi abuelo paterno, Roxerius, lo llevaron varias veces al paredón y lo fusilaron otras tantas con balas de fogueo, como da testimonio en uno de sus escritos Alfredo Conde, premio nacional de literatura. Aquella situación le generó una dolencia de corazón que lo arrastró muy joven a la tumba después de ver cortada su carrera como Inspector de Enseñanza y tener que dedicarse a dar clases particulares para sobrevivir cuando lo dejaron libre, entre comillas. Mi primo Luis Poza no tuvo tanta suerte. Con él emplearon balas de verdad después de encerrarlo en la Isla de San Simón junto a su padre y hermano, a quienes el régimen franquista confiscó todos sus bienes por el único delito de ser librepensadores. Al padre, cirujano, que atendía a los enfermos pobres en plena montaña y les dejaba dinero para los medicamentos
debajo de la almohada, lo pasearon por un montón de potros de tortura hasta que consiguieron la inutilidad en uno de sus brazos, lesión de la que se recuperó gracias a su fuerza de voluntad. A su hermano, Celestino Poza, compañero en la Residencia de Estudiantes de Buñuel, Dalí, Lorca y otros tantos intelectuales y artistas de la época, le amargaron el resto de la existencia con detenciones ilegales hasta que falleció víctima de un accidente de tráfico.
Me pregunto por qué los regímenes dictatoriales siempre la emprenden primero con los maestros, los poetas, los intelectuales. Los van a buscar a sus casas, los desaparecen y les pegan uno o cuatro tiros, el número no importa. Y la respuesta es bien clara: temen que la gente aprenda, porque en una sociedad culturalmente preparada es más difícil que campen a sus respectos y hagan lo que les da la gana esos hijos de la puta nada.
Hoy es un día triste. Le han dado un tiro en la cabeza a un hermano, aunque no tuviera la oportunidad de haberlo conocido nunca personalmente, por el simple hecho de no estar de acuerdo con los gorilas tiranos.
Sin embargo, también siento pena por sus asesinos, aunque carezcan de remordimientos. Desde su lógica, han cumplido una orden. Luego se irán a sus casas, y cuando se quiten el uniforme todavía manchado de la sangre caliente de sus víctimas, volverán a ser padres y amantes esposos. Se sentarán a la mesa, cenarán y dormirán a pierna suelta con la satisfacción del deber cumplido. Son seres vacíos de neuronas, la materia gris no les funciona. Carecen de un mínimo de decencia aunque posean una nómina domiciliada en el banco y éste les conceda incluso préstamos hipotecarios gracias a esa solvencia económica.
Me pregunto también ¿cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI sigan aconteciendo hechos como éste? Y la respuesta es también muy clara. Los que hicieron lo mismo antes se han ido de rositas para el cementerio, han muerto en su cama después de recibir la bendición apostólica y, tal vez, una indulgencia plenaria de la iglesia católica. A alguno de ellos incluso lo han canonizado.
Hoy es un día triste porque junto al maestro han matado a un campesino. Sobre sus espaldas pesaba el terrible delito de arar la tierra. Le ha seguido en la lista el también maestro Martín Rivera, de 45 años, compañero de Roger. Y le seguirán muchas más víctimas. Al recuerdo vuelven los desaparecidos en la Argentina, en Chile y de otros tantos países que, como en España, han sido víctimas de la tiranía. Por eso el grito debe ser unánime. Un grito alto, claro, fuerte, que incluso logre derribar las murallas bañadas en oro del Vaticano, donde un Papa nazi juega a ser el elegido de un dios que nadie ha visto nunca.
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